jueves, diciembre 14, 2006

Amparo Carballo y Antonio Gamoneda, 1998.



LA JUVENTUD DE ANTONIO GAMONEDA


Si se ha dicho que en principio fue el verbo, y si esas palabras resisten al silencio en el transcurrir del tiempo, debemos admitir, y con alegría, que de algún modo las palabras son tan importantes como los hombres. Pero con una condición: que esas palabras estén vivas, jóvenes; esto es, cargadas de memoria, de imaginación y de necesidad.

Las palabras preciosas lo son no por su rareza o por su valor sino por su magia. El poeta actúa sobre las palabras que están a su alcance y las alteraba con alquimia imaginativa, entretejiendo finas correspondencias entre sensaciones y realidades. Así las palabras transmutadas suenan como metales preciosos.

Tal vez porque el poeta devora la vida que lo devora y bebe el agua de la imaginación y practica la alquimia con elementos mágicos, sabe que todo poema es tiempo y arde.

En cierta ocasión, el poeta Antonio Gamoneda me dijo:
-¡Qué suerte ser tan joven! Ahora es cuando tienes que hacer tu obra. Aprovecha.
Después añadió:
-Ya sabes, en poesía todo depende de los kilovatios que tenga el poeta.

Han pasado ocho años. Sigo con mi estética de la naturalidad, cuidando la suavidad de las formas, dejando que el profundo misterio de las palabras inmantadas se pose sobre el silencio de las páginas.
Y el poeta Antonio Gamoneda, lleno de luz, conocedor de los hábitos de los pájaros, del peso de las nubes, ha rejuvenecido envuelto en un enjambre de sílabas negras, enigmáticos símbolos, y arquitecturas herméticas.

La juventud de su poesía ha recibido el Premio Cervantes.

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